Usted y yo, lector, hemos cometido un error clamoroso —ya sabe: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra—. Creo que nos hemos dejado alimentar por habladurías, envenenar por la retórica imperante, para obedecer las directrices de otros. Y, al final, hemos traicionado nuestros propios valores. Hemos dejado de pensar, incluso, como aficionados del Atlético de Madrid. Que hemos consumido, vaya, que diría el Cholo. Y mira que no nos lo ha advertido pocas veces.
Me explico. Remontémonos a los primeros golpetazos de la temporada, cuando lo veíamos todo negro —ahora lo vemos más bien gris—. Hubo quienes empezaron a pedir la cabeza de algunos futbolistas e incluso la destitución o la marcha de Simeone; los que no, empezaron a tener dudas. Todos pecamos aquí, pendientes en exceso de los opinadores de siempre, esparciendo el medido con compás madridismo sociológico para enfangar la atmósfera en el seno del Atleti. Nos enfrentamos en diferentes taifas, como pretendieron: los pro-una cosa, los pro-otra, los anti-equis, los anti-todo anarquistas. Que si debíamos hacer ya el proyecto en torno a Julián, que si el Cholo era inamovible… No hemos contribuido en nada a la nube de contaminación tan descontrolada que ha caído sobre el cielo del Metropolitano. Tan sólo la hemos empeorado.
Ahora miro a Julián, abrazarse a Simeone como un niño se cuelga de los brazos de su abuelo, a todo el equipo unido de nuevo, al estadio en su conjunto coreando los nombres de todos los futbolistas, animando a los que desbordan fútbol de calidad y apoyando a los que no pasan por su mejor momento de forma, y tan sólo me queda pensar que hemos sido necios por querer celebrar un juicio antes de tiempo. Por dejar que los de fuera vengan y nos marquen la agenda, y no al contrario: marcársela nosotros a ellos. Luis Aragonés se habrá llevado las manos a la cabeza.
¿Y qué si jugamos mal? ¿Y qué si no está siendo el mejor año de Simeone al frente del equipo? ¿Y qué si ciertos jugadores están en un momento de forma pésimo? ¿Dónde quedó eso de que a morir, los míos mueren? ¿O de que la afición del Atlético de Madrid valora el esfuerzo por encima del resultado, y que nunca abandona a los suyos? ¿Acaso nos hemos terminado convirtiendo, como diría Obi Wan, en aquello que juramos destruir, o sea, en una afición más preocupada por los resultados que por el viaje con los suyos?
Este no es un equipo normal. Nunca lo ha sido, desde su nacimiento, y nunca lo será. Tiene a un entrenador cuya zona técnica está en propiedad. Perdió tres Champions que tenía ganadas sin saber cómo y será capaz de ganar la Primera —si es eso, ante la del City y el PSG, lo que tantos nos carcome— de la forma más absurda, rematadamente ilógica, imposible, cuando menos nos lo esperemos. Del modo más bellamente atlético que encontremos.
Así que, sí. Si logramos volver a unir a nuestra afición en una sola voz, elegiría, como imagino que cualquier colchonero de cuna, de nuevo mil y una veces esta vida: perder y naufragar con los míos antes que ganar con los suyos, bajo sus normas. Incluso si ello implica subir y bajar de las nubes cada fin de semana y dejar nuestro destino de nuevo a merced de las cartas de la gitana.