Julián Álvarez se viste de mago y anota un triplete que resucita al Atleti antes del derbi

Llegaba el Atlético de Madrid a su primer derbi de la semana con una de las mayores sangrías de puntos de la era Simeone, sediento de una victoria que más que oportuna comenzaba a tornarse necesaria, vital para continuar con algo de aliento en la competición doméstica y evitar, así, entrar en una fase directamente terminal. Para ello se encomendaba el Cholo, como casi siempre sucede cuando los suyos se visten de locales, al factor diferencial que para él supone la afición rojiblanca, el Metropolitano, ACDC y las bufandas rojiblancas al vuelo. Los primeros vientos otoñales de la capital dictarían sentencia, o al menos abrirían diligencias previas sobre la temporada.

El Atleti empezó mordisqueando el cuero, muy flamígero en la presión (pero sin capacidad real de retener la posesión ante un también muy puntiagudo Rayo) y con una sorpresa arriesgada en el once: Javi Galán y Nahuel Molina (aunque intercambiando constantemente posiciones con Marcos Llorente) se hacían, respectivamente, con la banda zurda y diestra del estadio colchonero. Y vaya que si fue una jugada aventurada. Una que, al menos en las jugadas de ataque, liberaba el medio campo que conducían Conor Gallagher, Koke y Pablo Barrios, y dejaba espacio a Antoine Griezmann para hace lo que mejor se le da: penetrar entre las líneas rivales como una lanza bien afilada. Aunque la diosa del gol le terminó sonriendo a quien precisamente más lo necesitaba: Julián Álvarez. Llorente, aprovechando el efecto secundario reciente de su visita a Anfield y llegando a banda tras doblar a Nahuel, ponía un centro de escándalo que Julián remató al primer toque acariciando con levedad la pelota, con una clase al alcance de muy pocos privilegiados, tocados por una varita.

Aunque en defensa, situación que ya comienza a ser rutina, en el mal sentido de la palabra, el Atlético de Madrid seguía impreciso y falto de oxígeno, con un par de ocasiones a balón parado en las que el Rayo pretendió amenazar, aunque fuera ligeramente o sobre el papel, la portería defendida por Jan Oblak, con un David Hancko que se volvió hercúleo e impasible en defensa a pesar de que es todo un novato en las filas cholistas. Pero el gol parecía lejano para el equipo vallecano, a pesar de que la banda de Nahuel Molina invitaba a ello.

La araña, uno de los mejores del Atleti en la primera parte, removía el césped y tejía la telaraña en busca de hilar y fabricarse su segundo gol. Y no anduvo lejos de tal objetivo. La dinámica, positiva, permitió a Nahuel colgar un balón espléndido que finalmente terminó haciendo un extraño en forma de bote que impidió al astro argentino rematar con la comodidad que imploraba la jugada.

Y como en el fútbol siempre es cierto que cuando perdonas, más tarde o más temprano, la terminas pagando, el Rayo Vallecano vio recompensado su esfuerzo en forma de golazo. Un trallazo que Pep Chavarría ejecutó desde una galaxia muy, muy lejana terminó por desobedecer a las leyes de la física y la gravedad para colarse por la escuadra zurda de Jan Oblak, que no pudo hacer absolutamente nada para impedirlo.

La segunda parte no comenzó sino con cierta polémica, cuando los futbolistas del Rayo, liderados por su guardameta, retrasaron lo máximo posible su ingreso al terreno de juego, crispando los nervios de Diego Pablo Simeone e irritando a una grada que tenía ganas de alentar a los suyos en busca de darle la vuelta al marcador y, sobre todo, no regresar excesivamente tarde a casa en un partido entre semana que de por sí ya comenzó muy tarde (21:30 horas).

No pasaron más de cinco minutos hasta que el partido, ya bastante tenso y accidentado, se volviera bronco. En una jugada en la que Marcos Llorente cayó dentro del área y reclamó un penalti que entendía clamoroso, Barrios se encaró con Batalla y Koke Resurrección, ejerciendo de capitán, apareció para defender a su joven canterano, colocando la mano en el cuello del meta.

Simeone retiró a Nahuel Molina, que no hizo ni de lejos su mejor partido, y a Koke, para enfriar los tiempos y evitar que la amarilla que había visto hacía un par de minutos le pasara factura. En su lugar entraron Giuliano Simeone y Nico González, que revolucionaron el juego de los suyos, volviéndolo mucho más vertical, agresivo y tóxico para la defensa de los visitantes. Gallagher, en una jugada de mil rebotes que se volvió loca, hilada por un Llorente incombustible que agregó mucho más ritmo al juego de los suyos, logró esbozar un centro perfecto para que un Nico recién incorporado rematara a placer, aunque éste no midió bien y su remate de cabeza se marchó desviado.

Giuliano, también revulsivo, tuvo la suya en una jugada de tiralíneas cuando recibió un balón de Julián y se deshizo del defensa con un control más suertudo que planificado; pero tardó un par de instantes más de lo debido en meter la puntera de su bota el remate fue interceptado por el mismo defensor, que venía pisándole los talones, y terminó estrellándose contra Batalla.

El Cholo metió toda la pólvora en ataque dando entrada a Raspadori. Pero sólo sirvió para darle alas al Rayo. A pase de Isi Palazón, que dejó criogenizada a la defensa colchonera, Álvaro García regateó a Oblak e hizo el 1-2 momentáneo para los suyos.

Aunque duró poco la alegría para los suyos. El encuentro, totalmente enloquecido y fuera de toda cordura, volvió a empatarse cuando los dos cambios introducidos por el Cholo con rapidez, Ruggeri y Pubill —dos laterales para remontar el encuentro a contrarreloj— fueron claves en una acción que viajó entre las bandas, aterrizó en la del joven zaguero español, que puso en centro espléndido que remató Giuliano y que, tras el rechace de batalla, quedó a merced de Julián Álvarez en la frontera de la línea de gol. Y Spider-Man no se dejó acobardar. Metió la bota e introdujo la pelota con certeza y autoridad dentro de las mallas.

El partido siguió pasado de revoluciones tras el empate rojiblanco, con el Metropolitano hirviendo y transmitiéndole todas sus fuerzas a sus jugadores. Giuliano estampó un balón contra el travesaño y Jack Raspadori remató un balón que salió lamiendo el poste. Así, el Rayo, anegado por el repentino y casi vengativo tsunami rojiblanco, recurrió a parar el partido como pudo: agarrones, trompicones y un juego físico que taponara la hemorragia.

Aunque su estrategia no sirvió de mucho. Julián Álvarez, que dejó de ser Peter Parker para convertirse directamente en Harry Potter, meneó la varita desde fuera del área para, eso, hacer magia de altos quilates y elevada dificultad. En un balón que condujo en solitario durante algunos instantes, buscando ángulo para el chut, imprimió una rosca que limpió las telarañas de la escuadra diestra de la red defendida por Batalla. Anotaba un triplete que valía tres puntos para los suyos, se reafirmó como líder indiscutible al frente del equipo, y también cogió aliento para desquitarse tras un inicio de temporada algo complicado para él. Y todo, con media retina puesta en el Real Madrid.

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