Otra vez la misma historia, en la misma competición. No sé si es el logotipo, desconozco si es culpa del himno, que nos asusta y nos sigue recordando a las tres finales perdidas, a la triple oportunidad desaprovechada de llevarnos la Primera a las vitrinas, al gol de Ramos, al palo de Juanfran, al tanto inútil de Luis Aragonés al Bayern, a la barrera infranqueable de Upamecano en la Champions de la pandemia, al triplete de Cristiano Ronaldo vestido de bianconero; pero lo cierto es que hay algo de la Liga de Campeones que no nos sienta nada bien. Que nos embriaga y sigue acobardando, reteniendo mental y físicamente. Como si cada vez que se acercara un partido a las 21:00 horas de la noche viniera a visitarnos el mismísimo diablo, vestido de Prada.
Y, lastimosamente, creo que así seguirá siendo. Nuestra historia con esta bonita (pero cruel y desalmada) carrera europea es la del amor de verano que no se concreta nunca. La La Land, pero televisada y repetida cada año, con otra gama cromática pero siempre con el mismo trasfondo. Y también el mismo resultado. No hay solución posible, ni la ha habido nunca a lo largo de la historia de la humanidad, desde que el mundo es mundo y Roma transformó la madera en mármol, para dos corazones que no quieren entenderse.
Creo firmemente que la Orejona acabará llegando. Si no, que se lo pregunten a la ciencia, que nos afirma, según fórmulas genéricas para indeterminaciones y cálculo estadístico de probabilidades, siempre desde la sátira, que hay un fáctico cien por cien de probabilidades de que el Atlético de Madrid gane su primera Champions antes de que explote el sol. O sea, en cinco mil millones de años. Tal situación graciosa se produce porque la probabilidad siempre tiende a aumentar cuanto más espacio temporal y más oportunidades se le concede a un cálculo determinado. A mí me gusta llamarlo Principio de la Indeterminación Rojiblanca. Nada resiste cinco mil millones de años de oportunidades. El único pero es si alguien de aquí vivirá para contarlo. O para verlo. Quizá suceda en el año 2043, o en el 2147, en el 2984 o incluso en el 3490. Ya no digamos en el 10.143, que ahí quizá habremos conseguido llevarnos la Segunda y todo.
Bromas absurdas aparte, el partido de hoy es uno para contentarse. Por varios motivos. Primero, porque pese a lo accidentado del inicio y lo trágico del final hemos conseguido plantarle cara a todo un Liverpool construido en torno a fichajes multimillonarios; segundo, porque el equipo empieza a engrasarse y a responder, y eso es síntoma de mejoría en todos los sentidos posibles. Ya sólo nos falta dejar de temerle a esta competición para que ella empiece a temernos a nosotros.