Hoy la culpa ha sido de Lenglet, pero cuando no es Clement es Sorloth, o el tiempo, o el césped, o las lesiones, o la mala suerte, o el arbitraje, o lo que sea. Pero lo que está claro es que no se nos puede sacar de casa. Somos un animal débil y malherido —pregúntenselo a los jugadores y no a mí, yo no tengo las razones y desconozco los porqués— cuando parlamentamos lejos del Metropolitano. En Madrid jugamos como los dioses, dándonos tiempo incluso a tocar el arpa y el piano entre jugada y jugada, a hacerlo bonito, estético y vistoso —ahora hemos aprendido incluso a hacer manitas—, y cuando somos visitantes parecemos un equipo recién ascendido a segunda división.
Yo tengo la sensación de que si supiéramos imponer nuestra ley en los partidos a domicilio seríamos el mejor equipo de toda Europa, y lo digo sin hipérboles. Tenemos los jugadores, el estilo, los recursos, las piezas del tablero; falta creérnoslo un poco más, empezar a hablar en serio y ahuyentar los fantasmas, porque esto de los encuentros que se disputan sin nuestra afición delante comienza a tener un componente más mental y psicológico que meramente futbolístico.
Y sobre todo falta, también, algo de meritocracia. Al igual que no se puede premiar a jugadores como Nahuel Molina cuando están en un estado de forma paupérrimo, o a Sorloth cuando falta actitud y galones para ser el delantero titular —y en estas asignaturas el Cholo ya está comenzando a esquivar la convocatoria de septiembre—, no podemos mantener a Lenglet como central indiscutible en el eje de la zaga de nuestro equipo.
Lo siento mucho por él, de veras que me cae estupendamente y seguro que me tomaría un café con él sin ningún problema, si no hablamos de fútbol. Pero lleva un par de partidos en los que parece que llevase jugando al fútbol desde ayer. Es inentendible, injustificable y, sobre todo, tremendamente injusto para Marc Pubill. En los ínfimos minutos que tuvo en el partido contra el Rayo Vallecano, ya demostró garantías, solidez pese a su juventud, atrevimiento, versatilidad, poderío físico, control del juego aéreo y una inmensa seguridad en sí mismo, inusual para un chico de su edad. De hecho, parte de aquella remontada fue posible gracias a que ciertas jugadas pasaron por las botas de Marc Pubill.
Entonces, ¿por qué el Cholo no apuesta por él? Creo, francamente, que sería una pieza clave en este Atlético de Madrid, y que con un poco de rodaje y crecimiento futbolístico estaría al nivel de Le Normand y Hancko en la defensa —lejos de que todo esto evidencia que nos falta otro central más, tarea para el próximo mercado invernal—.
Echo de menos, en pocas palabras, a ese Simeone que hubiera sentado hasta a Pelé si se le atravesaba un mal momento de forma con tal de barrer hacia su casa y hacer lo que creyera mejor para su equipo. O sea, aquello alinear en función de los hombres y no de los nombres. Y Pubill empieza a coger carrerilla, más como hombre que como nombre.