La situación crítica y casi terminal que atraviesa el Atlético de Madrid en estos momentos, con tan sólo dos puntos de nueve posibles en el casillero desde el arranque de la temporada 2025/26, ha colocado el foco de las críticas sobre la figura de el hombre de negro, Diego Pablo Simeone.
Si hace no demasiados años su continuidad en el banquillo rojiblanco era una cuestión indiscutible para la práctica totalidad de la afición colchonera, podría decirse que por primera vez desde que tomara las riendas de este proyecto Simeone se encuentra en la cuerda floja, contra la espada y la pared. Con decisiones más bien polémicas —como cambiar a Julián Álvarez, único talismán real de este Atleti, con el partido aún en juego— y bastante apagado y seco en lo referente a lo futbolístico, es indudable que el Cholo atesora gran parte de culpa.
Sin embargo, este rápido cambio de paradigma, también parcialmente condicionado por el mal cierre que se le dio a la temporada pasada tras el naufragio en Champions con el doble toque de Julián y el gran bajón anímico que supuso caer eliminados en plena fase de grupos del Mundial de Clubes, no sólo ha provocado el surgimiento de voces discordantes dentro de la afición, que critican al Cholo de forma sana, piden su salida o incluso hablan ya de posibles sustitutos, sino que también ha derivado en un aumento indescriptible de la crispación, que ha llevado a cientos de personas a desearle cosas terribles o incluso a amenazarle directamente de muerte.
El odio, el insulto fácil, la violencia, las amenazas, todo ello no forma parte del ideario ni de los valores que representan al Atlético de Madrid, ni han de tener cabida entre nuestras filas. No podemos llenarnos la boca diciendo aquello de que «estamos orgullosos de no ser como vosotros», y luego actuar como completos salvajes, pidiendo la cabeza de un hombre que nos lo ha dado absolutamente todo, con sus aciertos y sus errores, como cualquier otro ser humano con derecho al error y a equivocarse.
Con Nahuel Molina ya se cruzó una línea roja. Ahora directamente se han cruzado todas. Luis Aragonés se llevaría las manos a la cabeza —tolero la crítica, me molesta el insulto—.
Esta interminable cascada de antipatía, inquina y desprecio tan aberrante como deleznable ha inducido a Simeone a tomar una decisión como poco inusual: enfrentarse a los micrófonos de un programa de radio deportiva de máxima audiencia, cuando en la madrugada del pasado martes al miércoles visitó a Juanma Castaño en El Partidazo de COPE. Allí defendió a Julián Álvarez como engranaje principal y fundamental de la maquinaria del Atlético de Madrid, afirmó que él mismo era en parte culpable de la situación que atraviesa el club, confirmó que le duele ser tercero y quedarse casi siempre lejos de la pelea por el título liguero. Aunque lo más llamativo fue cuando se refirió a sí mismo como «el hombre de negro», como le apodan ahora muchos de quienes cargan contra él o, peor, le amenazan.
Es evidente que Simeone se ha topado con algunos de estos mensajes vertidos y escritos desde la valentía que confiere un perfil falso o anónimo en redes sociales, y que algunos de ellos le están pasando factura. Lo raro sería lo contrario, que lo tolerase estupendamente bien. Pero lo cierto es que ahora mismo el debate es otro, y que escapa del terreno que atañe a lo meramente futbolístico.
Es un debate sobre humanidad, y sobre la afición que somos, los valores de solidaridad y empatía que nos caracterizan, o que al menos nos caracterizaban antes de que la ansiedad por llenar de títulos y de metal las vitrinas del Metropolitano se apoderara de la afición, en paralelo al gran y evidente crecimiento que ha atravesado el club en los últimos años. Y en el insulto, que no es lo mismo que la crítica, jamás nos van a encontrar. La libertad de expresión, vital en cualquier sociedad moderna que se precie, termina siempre cuando se vulneran los derechos de otro.
Imagínase si no, lector, que ficha usted por una empresa al borde de la quiebra. En ella trabajó hace mucho tiempo, dejó huella y ahora, en uno de los momentos más crudos de su historia, recibe la llamada para devolverla a la cima. Con trabajo duro, esfuerzo y mucho tiempo de reestructuración comienza a consolidarla como una de las más importantes compañías de España, e incluso gana en algún que otro momento el premio nacional a la mejor empresa del año, o alguna cosa así. Incluso, hasta en dos ocasiones, está a punto de conseguir que la nombren mejor empresa de toda Europa.
Al cabo de quince años, con algunos premios y medallas importantes en la vitrina de su despacho, comienza a equivocarse y a errar. Lo infrecuente es que no hubiera sucedido antes; pero, repentinamente, lo que antes eran elogios y confianza ciega ahora se transforma en insultos y amenazas de muerte. ¿Le gustaría a usted seguir un camino similar al de Simeone? Pues, entonces, como dice el proverbio, no haga a los demás lo que no quiera que le hagan a usted.