En plena resaca del derbi, acudía el Eintracht de Frankfurt al coliseo Metropolitano para tratar de bajarle los humos a un Atlético de Madrid que se encontraba en estado de éxtasis absoluto y que acudía a su cita con la competición de la Orejona sin Sorloth, baja por molestias tras un golpe sufrido en la jornada liguera, y también sin Nico, baja de último momento por un proceso febril.
Pero ni la fiebre de Nico, ni la ausencia de Sorloth, ni siquiera el guayabo emocional de una manita al Real Madrid que llevaba sin producirse nada menos que 75 años fueron capaces de apagar el fuego interno de un Atleti que parece haber seguido, ahora sí, definitivamente la senda del ave fénix. Completamente resucitado, para nada similar a aquel equipo despistado y deshecho que se estrenó en liga antes del primer parón de selecciones, hincó los colmillos antes del minuto cinco de partido. Y el héroe, contra todo pronóstico, fue Giacomo Raspadori, que aún no había estrenado su cuenta particular como rojiblanco. Tardó poco en triturar esa fea estadística. Llegó, vio y venció, cuando cazó un balón muerto en el centro del área con el que le había obsequiado Giuliano Simeone, e introdujo el balón dentro de las mallas para el jolgorio del Metropolitano, que hace escasos minutos cargaba contra el himno de la Champions en protesta por el presunto doble toque de Julián que supuso la eliminación el año pasado. Si Jack había de estrenarse, era entrando por la puerta grande, directamente por el Arco del Triunfo.
Se seguía divirtiendo el Atlético de Madrid, acechando a la velocidad de la luz el área rival de un Eintracht de Frankfurt completamente anulado en casi todas las facetas, pero sin acierto prístino en los metros finales (a pesar del gol tempranero). La falta de contundencia del Atlético de Madrid en la conducción de balón y en el mantenimiento de la pelota comenzó a dejar cancha y a dar alas a un Eintracht que parecía incapaz de nadar sin que el Atlético de Madrid le diera espacio o facilidades para ello.
Llorente y Griezmann fueron los talismanes en la baraja de Simeone, que dirigía el partido tácitamente desde la grada, como un espectador que se sienta en la butaca antes de la proyección de una película, cumpliendo la sanción pertinente tras su expulsión en Anfield en la primera jornada. Pero fue Le Normand quien tuvo la valentía y los galones necesarios para aumentar la ventaja hasta los dos goles, e ir cerrando un partido que ya se andaba poniendo muy de cara, al menos de forma virtual a falta de la confirmación definitiva reflejada en el marcador. A la salida de un córner, y de nuevo un balón que se fue amansando en su llegada a las botas del central español, Robin hizo de Hood y le robó el dinero a los ricos para dárselo a su afición. El Atlético de Madrid duplicaba su ventaja en un partido que daba alas a los colchoneros para soñar a lo grande.
Y entonces el tiempo se paralizó. Julián cabalgó la banda izquierda como si no le pesaran las piernas, y al arribar al final de su camino se encontró con un Griezmann que estaba esperando su momento para anotar el gol doscientos, en mitad de un partido en el que estaba completamente desatado y jugando como los ángeles, o como ese Antoine de antaño. El argentino le dejó al francés un balón de esos que son gol o delito, y el Metropolitano estalló en aplausos. Un utillero le cedió a Griezmann una camiseta con su nombre y el número 200, y se la enseñó a todo su estadio besándose el escudo del que para siempre será su equipo. 3-0, descanso, alegría indescriptible en una afición que ya ha cicatrizado las heridas del desastroso arranque de temporada y un Atlético de Madrid en estado de gracia, tocado prácticamente por una varita.
Aunque el Eintracht metió toda la carne en el asador para tratar de desperezarse, probablemente inducidos a ese estado de enfado y de desquite por su entrenador, que debió hacer una charla en alemán como para que temblaran las paredes del estadio. Pero sirvió para mucho, a pesar de que Koke, que entró por Raspadori, introdujo templanza y frialdad al mediocampo, porque el Eintracht en la segunda parte pareció otro conjunto distinto, como si en realidad hubieran sustituido a los once jugadores por máquinas más precisas, capaces de castigar el mínimo error de los pupilos de Simeone. Confirmaron las buenas sensaciones los germanos en el minuto 57, cuando Jonathan Burkardt empapó la portería de Oblak —impidiendo así que el Atleti pudiera hacerse con su primera portería a cero en competición europea esta temporada— con un chut que rebotó en Marcos Llorente, desviando parcialmente la trayectoria y confundiendo al guardameta esloveno.
Pero como doscientos para Griezmann parecían pocos, buscó el doscientos uno en una jugada extremadamente combinativa, con Koke y Barrios como adalides y celestinos, pero el tanto fue anulado por el VAR.
El que sí valió fue el de Giuliano Simeone al primer palo y a la salida de un córner, cuando colocó su frente como ariete de batalla para que el marcador del Metropolitano no volviera a acostumbrarse a tener tan sólo tres goles a su favor en el electrónico.
Comenzó a ondear la bandera blanca el Eintracht de Frankfurt ante la casi cruel apisonadora rojiblanca, que siguió presionando en busca del quinto gol, sin levantar ni por un segundo el pie del acelerador. Y la pasión rojiblanca terminó fiscalizando de nuevo a la escuadra germana, en forma de penalti. Griezmann, que firmó un partido superlativo, mágico, de matrícula de honor, de esos que permanecen para siempre en la retina de las hemerotecas y se reproducen después en las academias de fútbol de todo el mundo, para enseñarle a los futbolistas del futuro todo el repertorio que ha de tener un futbolista para mantenerse en la cima que supone la élite, corrió la banda izquierda con clase y elegancia y provocó una mano ciertamente involuntaria de un defensor rival que el árbitro, previa consulta con el VAR, acabó señalando como penalti. Lo cerró Julián a lo panenka, con hielo corriéndole por las venas porque el portero rozó la pelota antes de que definitivamente penetrara en la red del Metropolitano. El fin de semana de blanco, de diario de negro, el Atlético de Madrid completa su resurrección milagrosa y se abona de nuevo al número cinco.