El Atlético de Madrid se ahoga en Son Moix y rescata un punto de su visita a Mallorca

Ya lo decía Joaquín Sabina: qué manera de subir y bajar de las nubes. En un partido que sin duda mereció ganar por la amalgama de ocasiones no materializadas en el cómputo global del partido, y que torpedeó Sorloth con una expulsión inocente e infantil, dejando con diez a su equipo, el Atlético de Madrid rescata tan sólo un punto de su visita a Mallorca tras la oportunidad desaprovechada que supuso su visita a Anfield.

Se daban la mano Julián Álvarez y Raspadori para meterse dentro del caballo de Troya con el que el Cholo Simeone pretendía asaltar Mallorca, que sólo había sido capaz de sumar un punto en los primeros cinco partidos —tras enfrentarse, todo sea dicho, a Real Madrid y Fútbol Club Barcelona— y volver a sumar de tres tras el pasado sábado de Resurrección en el que consiguió la primera victoria de la temporada frente al Villarreal. Y el pulso del partido, muy tempranamente, comenzó a favorecer al club visitante, que repitió la equipación con la que estuvo a punto de rescatar savia en su debut europeo en Anfield.

Leo Román, portero balear, fue el primero en verle los colmillos a la bestia. Su portería temblaba ya incluso antes de que se cumplieran los primeros diez minutos de juego, con un córner de Giacomo Raspadori que se envenenó y besuqueó el gol olímpico y un disparo de Pablo Barrios que, pese a la genial intervención del guardameta, se acabó estrellando contra la madera, a punto de abrir la cuenta corriente. Día cálido, veraniego, muy mediterráneo parecía avecinarse para los de Simeone, que, al menos en ataque, ya es un equipo totalmente distinto que el de las tres primeras jornadas.

Koke y Barrios dirigieron la orquesta del mediocampo atlético, y David Hancko, situado casi como lateral zurdo, liberó a Nico González y a Julián para que gozaran de mucha más libertad en fase ofensiva. Fue el propio futbolista argentino quien, en una jugada de altos quilates que se sacó de su chistera de mago, terminó quemando el área del Mallorca y provocando un penalti clamoroso que el colegiado no dudó en conceder. Aunque la amargura para Parker vino después. Colocó bien el penalti pero Román, solventando los platos rotos, adivinó el lado que el futbolista argentino escogió para ejecutar la pena máxima.

Sin embargo, el percance no desanimó a los del Cholo, que siguieron muy activos e incisivos en la presión, recuperando la bola con rapidez y muy verticales, con Giuliano, Julián y Raspadori liderando la mayoría de las incursiones colchoneras. Podría, alrededor del minuto veinte, haber ido ya ganando y no precisamente tan sólo por un gol. El campo mallorquín parecía una autopista directa al área local, que el Atleti cabalgaba con facilidad pasmosa. Pero faltaba limar la aspereza de siempre: el último pase, en el que al Atlético de Madrid le cuesta siempre horrores sintonizarse con el tempo del encuentro para meter el botín en el momento adecuado, y cerrar la jugada penalizando al contrario.

El RCD Mallorca siguió excomulgado y encerrado entre los barrotes de su propia área en los últimos minutos de la primera parte, pero la escuadra de Simeone fue disminuyendo, gota a gota, sus dosis de cafeína. Y siguió perdonando oportunidades —El día de la marmota—, con un Julián que imantaba tanto la pelota que parecía casi cosa de ciencia ficción que alguien fuera capaz de arrebatársela, mientras buscaba triangulaciones con Raspadori y Nico González. Avanzaba el Atleti, abriéndose paso a punta de espada entre la línea defensiva del conjunto local, pero con el primer gol resistiéndose de manera cruel e inexplicable, mientras su ausencia irritaba y descolocaba al Cholo en la banda, consciente, entonces, del ciclópeo peso en oro que tenían los tres puntos que ofertaba Son Moix. Una victoria que, pese a la agresividad del Atlético de Madrid en el primer tiempo, parecía, sobre todo tras el penalti fallado por Julián, tan compleja de obtener como lo es rescatar una aguja escondida en un pajar.

Reanudó el cronómetro el árbitro extremeño tras la pausa de quince minutos con resultado gafas en el electrónico y sin cambios por parte de los técnicos. El Atleti volvió al césped balear con las mismas ganas e idénticas intenciones; el Mallorca, sufriendo pero con el objetivo de priorizar la defensa por encima del ataque.

Una de las ocasiones más claras del encuentro, detenida de nuevo por un imperial Leo Román, la tuvo en sus botas Julián Álvarez, que giró sobre su propio eje dentro del área tras recibir un pase espléndido de un Giuliano que entró en el área grande con un recorte de prestidigitador. Pero los dioses del fútbol aún no consideraban oportuno darle el gol a los de Simeone, que prosiguieron pacientes y al acecho ante un Mallorca incapaz de proponer nada en ataque.

Introdujo piernas frescas el hombre de negro, hoy tan sólo en camisa sin americana, cuando se vio cumplida la hora de partido. Sorloth, Griezmann y Nahuel Molina entraron para sustituir a Julián Álvarez, Giuliano Simeone y Giacomo Raspadori, tres de los jugadores que mayor desgaste físico acusaban tras su enorme esfuerzo ofensivo en el primer ecuador. En una ventana contigua, también Gallagher entró al terreno de juego para dar oxígeno a Pablo Barrios, y no tardó en encontrar peligro combinando con el también recién incorporado Antoine. Aunque el ansiado, y probablemente más que meritorio, gol seguía sin caer del lado colchonero.

Pero como el fútbol es inescrutable, tuvo que ser con diez, tras la expulsión de Sorloth en una jugada inexplicable e injustificable en la que levanta de más la pierna para tratar de recuperar la pelota sin éxito. Llorente encontró hueco a la carrera y, aunque paró de nuevo el muro inquebrantable situado bajo los palos de la portería de los diablos mallorquines, Gallagher encontró el rechace y se negó a volver a perdonar al Mallorca. Gol —de una vez por todas— y Llorente, completamente liberado, enloquecido, fue a celebrarlo en un sentido abrazo con Nahuel Molina mientras el Cholo volvía a respirar por primera vez en ochenta minutos.

Le duró poco el balón de oxígeno. Muriqi, rematando con firmeza y comodidad entre la defensa rojiblanca un centro de arquitecto, y aprovechando la superioridad numérica que Sorloth le regaló a los suyos, volvió a poner el empate en el electrónico. Uno con el que el Atlético de Madrid, pese a haber merecido mucho más durante todo el partido, terminó quedando conforme y pidiendo la hora ante la evidente y palpable posibilidad de coger el avión de vuelta con los mismos puntos que antes de aterrizar en Mallorca.

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