¿Y para esto querías ser titular, Alexander?

Querido Alexander, hijo, déjame hablarte como lo haría un padre en una charla de esas que filosofan sobre el sentido de la vida y la existencia misma: debes aclararte las ideas. Veamos. Todavía con el mercado de fichajes estival abierto, exigiste a directiva y cuerpo técnico salir del equipo si nadie era capaz de prometerte la titularidad. Yo lo entiendo, te comprendo, de veras que lo hago. Es muy duro pasar de ser una de las máximas estrellas del posiblemente mejor Villarreal de la historia a ser suplente de Giacomo Raspadori, con toda la que está cayendo. Si es normal. Cualquier aficionado que te critica pasaría por lo mismo, y se enajenaría tanto o más como lo haces tú. 

Pero cuando salgas al terreno de juego, al menos podrías exhibirnos detalles del jugador que eras. Ponerle ganas y coraje. Callar bocas discordantes. Demostrar por qué no querías esperar tu tiempo desde el banquillo. Para exigir algo en esta vida, al fin y al cabo así funcionan las macabras normas del juego, conviene primero estar seguro de que uno va a poder estar a la altura de esa misma exigencia. Como sucede también con la primera regla del Derecho: no empieces un litigio si no estás seguro de que es imposible perderlo. Sucede lo mismo con el blackjack y el póquer en el casino. No apuestes tus bienes raíces si no es para ganar y duplicar las fichas.

Hoy la has mangado. De forma estrepitosa, además. El tablero se estaba inclinando a nuestro favor y has cometido una expulsión infantil. Discutible, sí, pero es lo que ocurre cuando pones la mano en el fuego. Cabe la posibilidad de quemarte. Has dejado a los tuyos con diez y muy probablemente has roto el ritmo de un partido que, bajo otras circunstancias, quizás habríamos podido ganar. Tres puntos que entenderás que nos venían que ni pintados en óleo sobre lienzo.

Escucha a Simeone, de verdad. Estás intranquilo, sales al campo temeroso, nervioso, agobiado, angustiado, sofocado, y cometes errores que de otro modo no cometerías. Él no te deja en el banquillo para perjudicarte, o porque sea malo, muy malo, como el diablo, y te odie. Eso es una reducción, una simplificación injusta para evitar ver más allá del antifaz. Lo hace porque quiere que recuperes tu tono, y que vistiendo los colores de esta camiseta retornes a tu máximo nivel para ser el héroe de esta afición.

Si estás dispuesto a esperar con paciencia, a recomponerte, a aceptar que incluso Griezmann o Raspadori están aportando más al equipo en líneas generales, te auguro buenas nuevas en poco tiempo. Este equipo terminará de ajustar todos los engranajes y tornillos sueltos y quizá empiece a ir como la seda.

Si no, bueno, seguro que hay miles de equipos en Europa que querrían a un delantero como tú, un tallo impasible, criogénico, de casi dos metros de altura. Y nosotros, porque el camino también funciona a la inversa, a buen seguro encontraremos un delantero que supla el hueco que dejarías en el equipo.

Decidas lo que decidas, hazlo ya, es lo único que te pedimos. Somos adultos, y las cosas pueden (y deben) hablarse. Y si el resultado es que cuando llegue en enero adiós muy buenas, nos habrás dado tiempo para ir de improviso a Turín y hablar con la Juve, Vlahovic y sus representantes. Por ejemplo.

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