Hoy ha jugado el Atlético de Madrid que tanto nos gusta ver a todos: ese equipo valiente, desenfadado, ancho de bandas y con fe imperiosa de imponerse a sus rivales como sea. Pese a que el medidor haya sido el Seattle Sounders —que, sin afán de desprestigiar, no es precisamente el mayor reto para los rojiblancos en este torneo—, parece que se revierte, al menos parcialmente, la tendencia negativa iniciada contra el París. Sobre todo, por una cuestión que tiene más que ver con la actitud que con lo meramente futbolístico.
Sin embargo, este es el primer ladrillo antes de edificar la totalidad del castillo. Conviene no confiarse, seguir por esta senda y solucionar los errores de hoy, que mucho tienen que ver con la mala dinámica en que el equipo se vio envuelto durante la segunda vuelta de la temporada: desconexiones, falta de equilibrio y constancia en ciertos momentos puntuales, poca capacidad de cerrar partidos de forma rápida precisamente por la falta de solidez defensiva. Hoy, porque ha sido contra el Seattle Sounders, y la diferencia de nivel, sobre el papel, es abismal; pero asusta el hecho de pensar que otro gallo hubiera cantado si nos hubiera caído encima cualquier grande de Europa, que muy seguramente nos habría hincado el diente para lograr la remontada que el equipo estadounidense esta vez ha sido incapaz de materializar.
Por el resto, Pablo Barrios, ya lo dije cuando vi su actuación contra el PSG, no es sino la piedra angular de este proyecto, de cara al futuro a corto, medio y largo plazo. Se le está poniendo cara, incluso, de adulto que de forma heroica sostiene el peso de todo un equipo sobre su espalda humilde —hoy, MVP—. Todos los balones han de pasar por él, y edulcora cada jugada con la precisión quirúrgica de un mago del esférico. Mejora el juego del Atlético de Madrid también sin balón. Impregna respeto a los rivales, en cuanto que no se deja intimidar ni por el más veterano del lugar. Marca, asiste, señala el camino con valentía desde cualquier posición. Aprieta, cree y empuja en cada acción, sin pensar en su propia integridad sino en el bien colectivo, en lo que es mejor para el equipo para el que labora. Defiende, en definitiva, cada valor que hace que el Atleti siga siendo ese equipo que tanto nos enamora cada día que pasa. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero detecto en Pablo Barrios, sobre todo estos últimos días, cierta genética propia de antologías como Gabi.
Otro tema aparte es el de los últimos metros del campo, en zona de tres cuartos, cuando las piernas no han de temblar sino volverse aún más firmes y decididas para encarar y buscar el tanto. En nuestro caso sigue faltando decisión y predisposición. Algo más de garra, o de ganas de triturar. Ahí hay que ser gélido de mente y de cuerpo, y desplegar un juego en equipo certero que permita abrir o encontrar espacios donde plantar la creatividad y recoger el fruto del gol. Y siento que aún nos tiemblan un poco las piernas en esas fases ofensivas, que ni siquiera nosotros mismos terminamos de creer que puedan atracar en buen puerto.
Aunque son puntualidades, asperezas que ir limando; el camino es precisamente este que hoy ha señalado el capitán del barco, ya don Pablo Barrios, que transmite tanta seguridad al aficionado como alegría porque sea alguien de la casa, y no cualquiera de fuera, el que está asumiendo tanto riesgo mental, físico y mediático. Apostar su aura para seguir multiplicándola, que dirían hoy los más jóvenes.
Creo de veras que hoy hemos hallado savia nueva, visto la otra cara de la moneda en Seattle. Ese otro Atleti capaz de todo, si termina con sus miedos y debilidades internas, que no externas, y mantiene la fe intacta en el objetivo último: ganar, ganar y ganar, que diría don Luis Aragonés.
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