No sólo de falsas ilusiones vive el hombre

No cabe en todo un artículo la rabia contenida por una eliminación que sin duda pudo haberse evitado. Lo decimos siempre, todos nosotros: el reproche rojiblanco no nace tanto del mero y párvulo hecho de perder (como sucede con el de otros equipos que todos conocemos bien), sino de la forma en que se pierde. Aquí, en el Atleti, no exigimos siempre el oro y ganar no es, de hecho, la única opción plausible; pero lo que no consentimos a nadie, ni consentiremos tampoco en un futuro más o menos lejano, sin duda alguna, pues este escudo está por encima de cualquier personalidad específica que se crea en la patria potestad de no luchar ni dejarse sudor, lágrimas y sangre por nuestro escudo, que se les vaya metiendo en la cabeza, es caer (peor aún si, tal como hoy, es casi humillante y aberrante) cuando los jugadores, cualesquiera que sean las razones o los motivos que han derivado en ello, no han dado todo lo que de seguro llevan dentro.

Creo, sinceramente, que la peor de todas las noticias no tiene que ver con lo futbolístico y no es la eliminación en sí misma; es aún peor, más preocupante, dañina, tóxica y corrosiva si cabe, la imagen de equipo despreocupado, desinteresado y a la deriva que hemos proyectado durante nuestra ya corta andadura estadounidense: Griezmann fuera de combate y sin ser ya determinante, tan sólo un par de jugadores —Julián, Barrios, quizá algún otro como Oblak, Llorente o Giuliano— a los que les ha parecido oportuno preocuparse ínfimamente por este asunto del Mundial, etcétera. Casi pareciéramos un club de golf. ¿Y saben qué? Con este equipo, si no se reconduce rápido esta mentalidad derrotista y esta vorágine negativa, si Simeone no da con la tecla adecuada y efectiva, si no hay fichajes, si nada cambia, estaremos condenados a un abismo de dimensiones todavía inimaginables.

Lo de hoy ha sido tan sólo el capítulo de cierre de una novela negra de enésimas páginas, que llevamos viendo y viviendo ya varios años. No sale comentar nada del partido, ha sido cruel, feo, un final amargo a un torneo que nos ilusionaba a todos y en el que sin duda teníamos la obligación de, por lo menos, dar la talla y competir; el problema es más bien estructural, tiene que ver con la falta de un proyecto de equipo, sólido, que abarque el largo plazo; con que hace tiempo que Simeone no sabe si regresar a su primera etapa, casi militar, hecha de hombres que batallaban más física que futbolísticamente, o si, por el contrario, conviene evolucionar hacia un fútbol que diga otra cosa; con que, por la razón que sea, todo huele a futbolistas desencantados con el proyecto a los que ya les da igual la derrota que la victoria; con que los fichajes no llegan y, los que llegan, no son suficientes para suplir las carencias y agujeros naturales que temporada a temporada se van generando.

Da pena, que todo acabe, o vaya a acabar, de esta forma. Que lo que pudo ser el proyecto más bonito y triunfal de nuestra historia, el que un buen día, incluso un par, estuvo a punto de darnos la primera Champions, dé sus últimos coletazos de esta cruel y dramática forma; termine de esta teatral, melancólica y triste manera, agazapados, tratando de agarrarnos a un clavo ardiendo que hace tiempo que ni siquiera se sostiene.

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