Era lógico, y algo que sí o sí iba a terminar ocurriendo. Lo de volver, digo, ya no sólo a nuestro escudo, el de siempre, bajo el que jugaron Simeone, Torres, Aragonés, Gabi, Godín y Futre, conquistamos por primera vez un título europeo, lloramos en tres finales de Champions, probamos el sabor amargo de la segunda división, hicimos de la Copa un divertimento sencillo —qué tiempos, aquellos—, alcanzamos la gloria con un doblete, ganamos alguna que otra liga que molestó mucho en ciertos despachos siniestros y oscuros de los bajos mundos del fútbol; sino también a las rayas rectas, que son esas con las que el Atleti enhebra la aguja de su vida y su destino.
Son éstas nuestra seña de identidad. Nuestra marca personal. La que hace que miremos al compañero de al lado y volvamos a identificarlo con las rayas de los colchones de antaño, y también, por tanto, pensemos que estamos frente a un equipo de fútbol cargado de años de historia, derrotista y gloriosa a partes iguales, como es la nuestra, y no frente al enésimo club que anda más preocupado por el sentir pasajero de la moda que por la construcción de unos valores que legar, como procomún, a las siguientes generaciones.
Al fútbol lo que le ocurre, y cada vez más, es que le ha aplastado la rueda del problema crematístico. Ya no es aquel deporte que nos contaban nuestros padres y abuelos donde el móvil era siempre el sentimiento, que cargaba de ilusión, ganas y gasolina a aquellos jugadores cuyas piernas, en mitad de esos campos embarrados y encharcados de lodo, las cargaba el diablo. Hoy en día todo es light, de cartón, moderno, y se reduce a minúsculas cenizas para convertir el deporte más bello y famoso del mundo en una suerte de escaparate donde los millonarios se pelean por ver cuál porta el Rolex o el Patek Philippe más caro al final de cada temporada. Cada vez abundan más jugadores con esa mirada gris y carente de personalidad —y nos los quieren traer a nuestro Atleti—. Y eso no es fútbol. Fútbol es agarrarse la camiseta del equipo de tu ciudad natal (o del que, en su defecto, siempre confió en tus capacidades y en tu talento), trufada de sangre y sudor, tras haber marcado un gol con cierto peso narrativo y señalarse, besarse, acariciarse, dolerse y mirarse, en ese orden cronológico concreto, el escudo que tantos chaparrones y burlas ha tenido que aguantar a lo largo de los años y de las décadas. Decirle a un estadio en ebullición que aquí estamos nosotros, con nuestras cosas, nuestra bendita locura y nuestra forma alternativa de vivir, o de entender la vida.
Por lo tanto, todo lo que no sea respetar lo que el fútbol significa por definición, anales y antonomasia, como convertirlo en un desfile cutre o en una pasarela de moda del sector, no es (ni ha sido, porque por desgracia tales ideas han calado brevemente también en nuestro equipo) sino un insulto a la inteligencia moral, familiar y emocional de los aficionados. Una completa desfachatez, un despropósito al que nos hubimos prestado pero sobre el que nunca más vamos a caer. Hemos sido inteligentes, y hemos sabido, por lo menos, decir basta a tiempo. Se acabaron las camisetas rasgadas por osos, las epilépticas, las de pintor que atraviesa un mal día con la brocha, las de las líneas irregulares y no rectas, las de las curvas propias de dentífrico; es hora de coger de nuevo el toro por los cuernos, como bien ha hecho el Betis, por ejemplo, con su primera equipación en estas últimas temporadas.
Decirle a la marca en cuestión que la innovación se hace a partir de la camiseta visitante, pero que la primera, aunque admita variaciones legítimas, ha de respetar el sentir y la historia del club para la que se realiza: rayas rojiblancas rectas, pulcras, inequívocas. ¿Y saben por qué? Porque para empezar a ganar con regularidad y seriedad hay que infundir respeto en los rivales, y para que los rivales decidan respetarnos primero hemos de tener nosotros respeto por nosotros mismos. Regresar a nuestra piel, a nuestras rayas rojiblancas —a mí me ponen las rayas canallas de los colchones, que canta Sabina— y, por qué no, tal como se ha hecho este año, empezar a pedirle a leyendas como Torres que, de ahora en adelante, participen también en la pertinente campaña de márquetin.