El Atlético de Madrid no recupera el pulso ante Botafogo y dice adiós al Mundial de Clubes en fase de grupos

El equipo de Simeone sólo consigue uno de los tres goles que necesitaba para pasar a octavos de final del Mundial de Clubes de la FIFA y queda brutal y cruelmente eliminado ante Botafogo, a la par que ofrecía un juego repleto de carencias que hablaban más de los retales deshilachados que el Cholo tendrá que corregir de cara a la próxima temporada 2025/26.

Fue bonito (o quizá no tanto) mientras duró. Era la carambola de hoy prácticamente la crónica de una muerte anunciada; y así, pese a los constantes intentos del club para tratar de reanimar la moral y las esperanzas de la afición atlética, a través de mensajes esperanzadores que finalmente han quedado en agua de borrajas, ha terminado siendo, obedeciendo a la lógica matemática y futbolística.

El Atlético de Madrid necesitaba una concatenación improbable de sucesos para pasar a la siguiente ronda: ganar por diferencia de tres a Botafogo, uno de los equipos con mejores números defensivos y más bajas tasas de encaje de gol por partido de todo el torneo, o, en su defecto, que el París Saint-Germain no fuera capaz de ganar a Seattle Sounders, en cuyo caso hubiera bastado con una simple victoria rojiblanca ante el conjunto brasileño. Nada más lejos de la triste realidad. El Atleti no escapó del encefalograma plano habitual en que lleva sumido desde que comenzara el Mundial de Clubes y puede decirse aquello de que ni siquiera fue un reto digno para la defensa sólida e inexpugnable que desplegó su rival sobre el terreno de juego. Ya no es que no consiguiera el objetivo de vencer al golaverage, es que ni siquiera fue capaz de anotar el segundo gol.

En la primera parte, un Atlético adormecido que saltó al verde casi ensimismado, como si no se estuviera jugando por entonces la mismísima vida y la supervivencia en la competición, desplegó un juego ofensivo insuficiente, lleno de agujeros, carencias, pases mal dados, escasas o directamente inexistentes triangulaciones, líneas mal colocadas y muy poco consistentes que terminaron por sucumbir con rapidez ante los dos pilares móviles que el Botafogo ideó para la defensa en zona de tres cuartos.

Aunque las pocas ocasiones que tuvo el club rojiblanco estuvieron marcadas y entintadas por la polémica arbitral. Dos peligrosos controles de balón casi consecutivos por parte de Julián Álvarez no fueron señalados como pena máxima por parte del colegiado sudamericano: el primero, ni siquiera fue revisado; el segundo, a pesar de que el árbitro, tras la revisión, reconoció era contacto suficiente para señalar penalti, fue anulado por una dudosa falta previa de Sorloth que desató la ira y la irascibilidad en el banquillo de Simeone.

La segunda parte, más de lo mismo pero con aroma a algo distinto

Corría el cronómetro y los goles no llegaban, al mismo tiempo que se iban agotando las esperanzas de los aficionados colchoneros. Y es que la segunda mitad del que ha sido el último encuentro del equipo madrileño en el Mundial de Clubes estuvo marcada por los mismos errores que imposibilitaron la llegada de jugadas peligrosas durante la primera parte: poca seguridad en las fases de construcción de juego, poca versatilidad, pocas ayudas, pocas ideas y poca imaginación ofensiva, un Gallagher insuficiente, un Javi Galán que constantemente se encontraba con la pared de la defensa, un Pablo Barrios que no tuvo su mejor día, un Antoine Griezmann que, pese al gol, volvió a no ser del todo determinante.

Así fue la tónica general del encuentro; pero, aprovechando las primeras debilidades defensivas que enseñó el Botafogo durante los minutos finales, llegó el primer y único tardío gol (minuto 87) de Griezmann a pase de Julián, tras una jugada hecha de fe y picardía a partes iguales en la que el argentino, uno de los pocos jugadores que empujaron y creyeron de verdad en la clasificación, buscó la pelota dejándose un último aliento.

Fue más, al fin y al cabo, una problemática relacionada con la falta de juego, de coraje y de agallas del Atlético de Madrid que una exhibición defensiva total del club brasileño —sin ánimo de desprestigiar el gran juego que el Botafogo ha ido desplegando a lo largo de todo el torneo—. El conjunto de Simeone prometió creer, pero no sólo de ilusión vive el hombre, ni sus aficionados. Se despide así el Atleti del Mundial de Clubes con la sensación de que pudo haber dado más (mucho más), de que la eliminación, aunque justa, podría sin duda haberse evitado y de que lo peor, de cara a la temporada venidera, vengan los Baenas y los Cardosos que vengan, si el Atlético sigue sin resucitar su pulso, está aún por llegar.

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