Sigo perdidamente enamorado de ella. No sé qué tiene, pero es verla aparecer en estas noches, escuchar su sintonía, ver su gama cromática, y su magnetismo me arrastra, me puede, me nubla todos los sentidos, como cuando uno viaja y se queda obnubilado por la belleza de otra catedral, del sol penetrando en sus vidrieras e incidiendo en su compostura pétrea, que tiene a la vez algo de litúrgico y celestial. Cada vez que toca medirnos en su competición algo poderoso, que escapa a mi entender, se apodera de mí, y le pido a Dios bajo la luz de la Luna que nos permita a todos robarle un primer beso. Tener una primera noche de miel.
Porque Quien-no-debe-ser-nombrada —y así la seguiré llamando para no gafar un potencial primer encuentro con ella, y porque en realidad le tengo mucho, pero que mucho miedo— nos ha dado tantas veces calabazas, de maneras tan crueles y a la par inexplicables, que cuesta creer que en algún momento lo nuestro sea posible.
Pero, hablando en clave, siento que esta temporada es un todo o nada con respecto a ella. Quizá sea una sencilla impresión mía, pero tengo el presentimiento de que el destino quería dársela, en orden, a City, PSG y luego a nosotros, y que según esa jerarquía ya nos va tocando llevarnos el gato al agua; sobre todo porque, pienso, si la etapa de Simeone al frente del banquillo rojiblanco está más cerca que nunca del ocaso, esta temporada será de las últimas oportunidades (cuando no directamente la última) para cumplir con ese objetivo final que el Cholo aún tiene bien en mente, y saldar así una de las grandes cuentas o deudas pendientes.
De nada sirvió el gol de Luis Aragonés, el de Godín, tampoco el de Carrasco, pero precisamente para que el futuro florezca hay que dejar que el pasado muera; matándolo, como dijo Kylo Ren, si fuera necesario.
Y ahora siento que se nos presenta bien de cerca, que nos ha caído del cielo en bandeja y —ya siento la tercera y cuarta referencias cinematográficas— lo único que deberíamos hacerles saber, por lo civil o por lo criminal, es que nosotros tenemos las ametralladoras ahora, y que en lugar de seguir pensando, inmersos en nuestros planes, nuestros pensamientos o nuestro pasado, vamos a empezar a actuar impulsivamente, dejándonos llevar por los desórdenes del viento y sus leyes, como haría Maverick en Top Gun.